La comunicación corporativa tiene que ser intencionada y por tanto usar un lenguaje vacío solo provoca ruido e ineficiencia. El ruido y la desinformación crean frustración en tu interlocutor. Eso puede estar bien para un mal comercial, pero no para una empresa.
La comunicación corporativa, así con mayúsculas, es la que hacen las grandes y las pequeñas empresas que se preocupan por conectar con sus clientes, con sus prescriptores, con sus empleados… Es una comunicación directa y sincera. Directa no porque sea parca en palabras, que no tiene por qué ser algo negativo. Sincera porque busca el beneficio mutuo, sin rodeos, sin engaños.
La comunicación corporativa no puede usar el lenguaje vacío porque ese lenguaje solo busca confundir y enmascarar la deficiencia de nuestra estrategia. El lenguaje vacío solo busca engrandecer con figuras lo que no tiene contenido ni esencia. La comunicación corporativa tiene que ser esencia y valor para el receptor. Bastante tenemos con escuchar a los charlatanes que salen en los medios de comunicación en múltiples programas. Eso puede ser adecuado para el entretenimiento, no para la comunicación corporativa.
Todo lo que hace la empresa, todo lo que hace público la empresa, tiene que tener una intencionalidad, un objetivo. La comunicación corporativa, como el marketing, tienen que supeditarse a la consecución de los objetivos empresariales y, por tanto, tienen una funcionalidad. Esa funcionalidad no puede estar menoscabada por el uso de un discurso grandilocuente, pomposo pero vacío de contenido.
Si no tienes nada que decir, no pasa nada, mantente callado; tu público te lo agradecerá. La incontinencia verborreica es un mal que se ha instalado en una gran parte de la comunicación empresarial. Las marcas se ven obligadas a mantener la visibilidad en los medios de comunicación y en las redes sociales para no caer en el olvido. La consecuencia es que se ha producido un ruido ensordecedor que está bloqueando los sentidos del público. Las redes sociales están viviendo su momento de gloria y Facebook tiene más de 2.400 millones de usuarios, pero la conversación, la comunicación, es cada vez menor.
Los mensajes permanecen tan poco tiempo en nuestro campo de visión (en el muro, en el timeline, en la pantalla del móvil, en la televisión o en la radio) que es imposible ver el bosque porque los árboles nos impiden su visión. La consecuencia es que los que definen la agenda informativa bombardean de mensajes para centrar la atención hasta la saturación.
Las marcas interrumpen con sus anuncios nuestras vidas hasta la exasperación. Y todo para nada… importante. El público, el individuo, termina refugiado en su mundo, en su pequeña conversación con sus amigos, en su pequeña pantalla de móvil.
Y luego nos dicen que hemos comenzado a aislarnos y que somos antisociales. Lo siento, es vuestra culpa (es nuestra culpa puesto que yo también soy parte del problema). La Comunicación corporativa tiene que buscar otras formas de conectar o perderá la capacidad de influencia. Las marcas tienen que conversar con los clientes de aquello que quieren los clientes y no lanzar mensajes unidireccionales convencidas de que están en posesión de la verdad y de la capacidad de adoctrinamiento. Si quieres triunfar como marca, sé antes una persona.
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